Cuando recientemente celebramos -sin servicio eléctrico- el 8 de marzo, día internacional de la mujer, resulta especialmente relevante preguntarnos la importancia de la perspectiva de género desde el punto de vista de los derechos humanos. Partimos del principio, que contempla los derechos de la mujer -inseparablemente: equidad, protección contra la violencia, cese a la discriminación- como derechos humanos. Si a esto sumamos el reconocimiento de la existencia de una sociedad de corte patriarcal, contempla entonces una tácita aceptación de la necesidad de un cambio de paradigma desde la base de la sociedad.
Y el cambio debe ser urgente.
Sí, es cierto. A casi 5 años de la reforma a la Ley Orgánica Sobre el Derecho de las Mujeres a Una Vida Libre de Violencia, hay una construcción enmarcada dentro de la protección de derechos, podríamos decir que perceptible. Ya muchísimas mujeres están conscientes de que el maltrato existe, y que es penalizado. Que hay opciones, que pueden solicitar la salida del agresor de la vivienda, que tienen derecho a ser protegidas por el estado. Pero, ¿hemos aceptado que la mujer y el hombre son iguales, y que deben tener las mismas oportunidades?
Allí la respuesta se hace más dubitativa.
No se trata de la presencia -obligada, para más inri- de mujeres en la legislatura, o en puestos en ministerio. Se trata de un poder real y eficaz. Poco tiene de interés en la práctica que la totalidad de ministerios estén en manos de mujeres, si la burocracia y estrategia hacen que las decisiones las tome exclusivamente el presidente. Mientras, en las antípodas ideológicas, la Asamblea Nacional, carece de representación femenina en su directiva.
La verdad es que todavía, vivimos en un mundo donde aún se duda de las capacidades de la mujer para ciertas tareas laborales. Donde aún se necesita imponer una cuota legal para promover la participación de mujeres en puestos políticos. Un mundo donde para algunos, una mujer empoderada es un objetivo para la violencia, como el caso de Marielle Franco, cuyo crimen permanece impune. La verdad es que sí, la vigencia de recordar cada 8 de marzo lo que falta por hacer, es enorme.
La importancia hoy radica en colocar el foco directamente sobre la mujer. En los avances obtenidos -que por supuesto, los hay, y en gran medida obedecen al paso al frente de las mujeres-, en la articulación de sociedad civil y estado, para impulsar los avances que aún se requieren. Para entender que el empoderamiento femenino, objetivo principal del reconocimiento a los derechos de la mujer, pasan por permitirle el acceso a las herramientas que le permitan convertirse en una parte productiva y activa de la sociedad en la que se desenvuelve. Que las ayudas sociales pueden ser un apoyo en un momento inicial, pero no pueden convertirse en la única política del estado que tome en cuenta a la mujer. Otorgar un “bono de la mujer”, por ejemplo, puede ser un apoyo en un momento específico, pero la idea es crear empoderamiento, no una dependencia oficial que termine esclavizando a las mujeres so pena de perder el único beneficio a su alcance.
Más allá del discurso -a veces oportunista- es necesario ir más allá. Romper con esos moldes ya obsoletos que nos atan aún a convenciones sociales extemporáneas. La equidad, como elemento de justicia, será necesaria siempre que existan desigualdades que impidan a las mujeres el pleno ejercicio de sus derechos. El empoderamiento femenino, y la concientización masculina, deben constituir los primeros pasos.
Este mes de marzo, celebramos a la mujer. A su fuerza, a su lucha. A lo que ha logrado, a lo que va a lograr. Acompañamos como ciudadanos, hombres, mujeres, defensoras y defensores, el reconocimiento a los derechos y la reivindicación a la equidad de género. Reivindicamos la voz de la mujer que es aún maltratada. Visibilizamos a la mujer en el mundo entero.
Queda mucho por hacer, sí. Pero creemos que desde la base social más pequeña, se pueden hacer grandes cambios. Cada 8 de marzo, preguntémonos ¿qué hago yo para hacer realidad esta lucha de las mujeres? Y hagamos la diferencia.
Es justo recordar: ningún derecho humano es diferible. Y si queremos, como es en este momento, construir un mejor país, es necesario sumarnos todos y todas. Ya no hay excusas. Hagamos un nuevo camino, sin discriminación. Y empecemos ya.
Imagen: Cortesía de diario La Opinión Digital. Hombre camina frente al mural homenaje a Marielle Franco en una favela de Brasil.