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Camisas rojas, o azules. La misma escopeta.

Justo al anunciarse los primeros confinamientos por la pandemia del Covid-19, nos preguntábamos ¿cómo manejarían la situación los gobiernos de la región? dado que se registraban en varios países protestas de distinta índole. Y es que resulta complicadísimo imaginar siquiera una situación de restricción de trabajo y movilización, en un área donde campea la desigualdad social, la pobreza, crisis económicas; y donde al mismo tiempo, existe un despertar de la sociedad civil, de las activistas feministas, de comunidades LGBTIQ+…

¿Nos sorprende?

No nos sorprende

La respuesta ha sido la habitual: los gobiernos han convertido la pandemia y sus consecuencias, en una herramienta para mantener privilegios y en muchos casos, profundizar las estructuras de control social. Se ha optado por subsidios puntuales, a discreción del estado, y a todas luces, insostenibles. Una 1984 a la carta. Orwell a la latinoamericana. La excusa perfecta para silenciar reclamos de minorías, aprobar leyes por decreto, restringir protestas –el estado te cuida para que no te contagies, anda-, sazonado por el hecho de que solo estados adquieren vacunas y estructuran su distribución. Se desmontan las estructuras educativas para prevenir el virus. El estado sabe, el estado decide, el estado ordena, sociedad obedece. Es por tu bien.

Lo que sí nos sorprende, es la persistencia en muchas áreas de la región, en identificar la defensa de derechos humanos desde el color de la camisa de turno. En Venezuela, durante los picos represivos de 2014 y 2017 causaba desazón ver el silencio de muchísimos defensores y defensoras de países vecinos, recelosos de apoyar pronunciamientos contra un gobierno de izquierdas.

No, no hablamos de los 60, en plena guerra fría, en el apogeo de la guerra de Vietnam, el espejismo de la Cuba socialista (o comunista, o castrista, nomenclaturas van y vienen). Hablamos de entrados los 2000. Globalización, noticias a un clic, descolonización, evolución de los derechos humanos. Pero sí, hablamos de derechos humanos (aún) desde la perspectiva de una ideología política. Tocó comprobarlo, por si quedaban dudas de 2017, en la piel de defensoras y defensores nicaragüenses en 2018 y 2019.

Defensores de derechos humanos detenidos en Nicaragua / Cortesía Punto Noticioso

Volvamos al presente

Durante los intermitentes confinamientos por Covid-19, que persisten al día de hoy, se registran luchas sociales y protestas que han superado el cerco orwelliano impuesto por el estado. Caso Chile, caso Colombia, que se desarrolla en la actualidad. La pregunta, muy oportuna, es: ¿cómo lo vemos desde nuestros países?

Si nos daba desazón ver el silencio de otras latitudes, ¿qué decir de lo que hemos leído, escuchado y visto recientemente?

Para el estado, una de las estrategias más simples que existe, y por eso se utiliza de manera tan extendida, es la despersonalización del defensor o defensora de derechos humanos. ¿Qué eran los defensores de derechos humanos en Venezuela durante 80s y 90s? Comunistas. Defensores de comunistas. Aguantadores de delincuentes (bueno, ésta en particular es atemporal, aún aplica). ¿Qué pasan a ser los defensores venezolanos cuando el estado vira –según– a la izquierda, y qué son en la actualidad? Resulta que los defensores también viraron. Ya no son comunistas. Ahora son fascistas. De ser “pagados por la izquierda mundial”, ahora les paga Estados Unidos y la CIA.

Y así, por todo el continente.

¿Defiendes derechos humanos o reivindicaciones sociales en Chile? Comunista de mierda. Hablas de represión y violaciones a derechos humanos en Nicaragua? Lacayo del imperio, pagado por la USAID. ¿Alertas sobre los tintes autoritarios de Bukele? Progre pagado por el Foro de Sao Paulo. ¿Pides democracia en Cuba? Gusano contrarrevolucionario. ¿Protestas en Venezuela? Ultraderecha. ¿Protestas en Colombia? Eleno o faraco.

La realidad, damas y caballeros, es lamentable. La realidad, es que parte de la sociedad latinoamericana ha comprado ese discurso. Y se lo pone, orgullosa. Victoria del estado. Sin atenuantes.

 

Colombia / AP / Cortesía de Los Andes

Quienes critican la represión de la Guardia Nacional Bolivariana, pero aplauden que el Esmad “le dé duro a esos vagos” en Cali, compran, disfrutan y distribuyen el discurso de los estados que oprimen a sus sociedades. Justifica, afuera, lo que dice defender, adentro.

Olvida, quien justifica desmanes de un color de camisa, que Latinoamérica arrastra un penoso padecimiento: el caudillismo. Unos, olvidan cuántas personas han tenido que huir del estado comunista cubano, en balsas, a riesgo de su vida; o cuántas han muerto en sus mazmorras. Otros, olvidan lo que vivieron las víctimas en la Escuela de Mecánica de la Armada, en Argentina.

Parecen no entender, que las camisas pueden ser rojas o azules. Pero la escopeta, la que escupe perdigones contra quienes alzan su voz, es la misma.

También las manchas de sangre en las manos.

Nuestra lucha, es por cambiar un sistema con problemas. No un color de camisa. Y eso, nos exige ser solidarios con nuestros hermanos y hermanas del continente.

Nos exige alzar la voz ante cualquier violación de derechos humanos. Donde sea.

Hay mucho que cambiar. Mucho frente común que construir. Muchos prejuicios que enfrentar. Partamos, de saber que cada persona a la que criminalizan por defender sus derechos en cualquier país de nuestra América, simplemente, podríamos ser nosotros, siendo estigmatizados por el estado de turno.

Demos un paso al frente por los demás. Antes de que no quede nadie para darlo por nosotros…

Juan Carlos Mogollon Gonzalez

Juan Carlos Mogollon Gonzalez

Abogado Especialista en Derechos Humanos. Maestrante en Historia de Venezuela, con línea de investigación basada en historia de los derechos humanos. Asesor en OSC, coordinador adjunto en Promedehum.

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