Por: Natalia Matamoros / Espalante
Nubia Rojas tenía dos años viviendo en Monterrey. Ella llegó a esa ciudad norteña, fronteriza con Estados Unidos en 2019. Como miles de personas decidió dejar su natal Venezuela porque estaba a merced de los grupos hamponiles que tenían tomada la población de Machiques del estado Zulia.
Los grupos colectivos y las bandas criminales la extorsionaban. Semanalmente debía pagarles una vacuna para que la dejaran salir de casa a trabajar. “A mí y a otros vecinos nos tenían sometidos. Denunciarlos era una sentencia de muerte. Vivíamos en zozobra permanente y ya no podíamos seguir así”.
Con sus dos hijos, su esposo y su madre, partieron a la Ciudad de México. De allí tomaron otro vuelo a Monterrey. En exclusiva para Es pa´lante, Nubia contó que tuvo que esperar varios meses para regularizar su situación en el país azteca como refugiada. Mientras hacía sus trámites legales, ella y su esposo consiguieron trabajo en un restaurante. El sueldo no era mucho. Cada uno devengaba 4.000 pesos, equivalentes a 200 dólares al mes, una cantidad irrisoria, pero que podían compensar con las propinas para costear los gastos de renta y manutención.
A los pocos meses su estabilidad comenzó a tambalearse. Llegó la pandemia y con ella una ola de despidos masivos en empresas y comercios. Los restaurantes fueron los más golpeados por la crisis sanitaria. El dueño del local les dijo a Nubia y a su esposo que debía prescindir de sus servicios. Los liquidó y a los pocos días bajó la santamaría del negocio, sin esperanzas de apertura.
La pareja quedó a la deriva. Nubia tuvo que estirar el dinero de la liquidación y moverse a conseguir otro empleo. No pasó mucho tiempo, cuando la llamaron de una tienda de cremas y perfumes frutales. Su esposo continuó sin trabajo varios meses hasta que lo contrataron en un restaurante.
Cuando nuevamente habían logrado estabilizarse, Nubia vivió una experiencia que hizo que tomara una drástica determinación. A mediados de abril de 2021 se desplazaba en un autobús con destino a su trabajo en la avenida Lincoln de Monterrey. Antes de llegar a su destino, tres camionetas blancas en fila india, se acercaron al vehículo en el cual viajaba. Los ocupantes de las camionetas, eran hombres, bajaron los vidrios, miraron a los pasajeros del bus y se reían en tono burlesco. Uno de ellos miró fijamente a Nubia. Ella aterrada bajó la cabeza, comenzó a rezar y a llorar. No podía parar. Estaba privada. Pensó que la iban a secuestrar.
Las camionetas le cerraron el paso al autobús y los pasajeros se angustiaron. El chofer trató de calmarlos. Nubia se encontraba en shock. Seguía con la cabeza gacha y no paraba de llorar. Los hombres se bajaron de los carros Miraban detenidamente a los pasajeros desde las ventanillas. “Me parecía que estaban buscando a alguien, no lo encontraron y se marcharon”.
Al llegar a su trabajo, Nubia no pudo disimular. Seguía en crisis de llanto. Su jefa la notó tan alterada que le dijo que se tomara el día libre para que se calmara. Cuando su esposo llegó del trabajo Nubia le contó lo sucedido. Ya no se sentía segura en esa ciudad. Le planteó la posibilidad de irse a Estados Unidos para iniciar una nueva vida. “Me habían dicho que el paso por Piedras Negras no era tan complejo. Mi marido me apoyó porque ya no podíamos regresar a Venezuela, no solo por la crisis, sino también porque nuestra casa había sido invadida por los colectivos. Era impensable retornar. Chile era otra opción, pero debíamos sacar la visa democrática y los trámites eran engorrosos. No teníamos tiempo y asumimos el riesgo”, cuenta.
“El 25 de abril mi esposo, mi madre de 66 años y mis dos niños pequeños nos fuimos en taxi hasta Ciudad Acuña en Piedras Negras. El recorrido fue de hora y media y nos cobró 1600 pesos. El chofer nos dejó a pocos metros del río. No es tan profundo, pero si pisas en falso te resbalas y la corriente puede arrastrarte”, recuerda.
Por allí cruzan a diario cientos de personas en busca de una mejor calidad de vida. Nubia pagó 350 dólares a dos hombres que la ayudaron a pasar a ella y a su familia. Los coyotes eran de origen mexicano. Los siguieron. Su esposo cargó a los niños, mientras que ella sostuvo la mano de su mamá. “Íbamos en cadena. Fueron los minutos más largos de mi vida. Me estaba jugando todo, hasta la vida. El agua nos llegaba hasta las rodillas. Poco antes de llegar al otro extremo, me resbalé y mi mamá tomó mi mano con fuerza para levantarme e impedir que me cayera y me llevara la corriente”, explica.
Una vez que Nubia y su familia llegaron al otro extremo (Eagle Pass, Texas), caminaron unos cuantos metros y fueron detenidos por funcionarios de migración. Los llevaron a una estación migratoria en Texas. Nubia describe que los condujeron a carpas gigantescas, como un campamento. Allí había decenas de migrantes. Algunos esperaban su liberación, mientras que otros serían deportados.
“Pasamos varios días en incertidumbre. Los agentes solo nos hablaban para darnos comida y unas mantas de aluminio para protegernos del frío intenso que arremetía en las noches. Tras el silencio incómodo, me llamaron para entrevistarme. Les conté la situación que vivimos en Venezuela y el susto que pasé en México. Les dije que estaba desesperada y que mi intención, al igual que la de muchos paisanos era buscar nuevos horizontes que le permitieran vivir en un ambiente de paz y tranquilidad”.
Una semana después, a ella junto a su esposo y a sus dos hijos los liberaron, mientras continuaban su proceso. Pero dejaron retenida a su madre, una mujer de 65 años. En Atlanta se encontraban unos conocidos de Nubia, quienes se hicieron cargo de ella y de sus hijos. Les brindaron techo seguro y cobijo. “A mi madre la trasladaron a una iglesia, donde permaneció junto a otros migrantes 10 días más. Ella convivió con salvadoreños, hondureños y guatemaltecos. También había dos venezolanos. No recibió maltrato de parte de las autoridades migratorias. La liberaron la semana pasada. Ya estamos juntos. Acá en Atlanta me ayudaron a conseguir un trabajo provisional, mientras esperamos si aprueban la solicitud de asilo”, expone.
Nubia forma parte de los cientos de personas que cruzan la frontera de forma irregular entre México y Estados Unidos. Según un informe de la Oficina Estadounidense de Aduanas y Protección Fronteriza, al día transita un promedio de 5.000 migrantes por los ríos y desiertos. En los últimos meses ha habido un repunte de venezolanos que han arriesgado sus vidas en esos trayectos, empujados por el desespero de huir de la miseria de un pueblo que en otra época fue considerado el Dubái de Latinoamérica.
Desborde migratorio
Para el abogado migratorio, Carlos Trujillo, este repunte de personas que migran de forma irregular, en particular venezolanos, obedece a las constantes negativas por parte de los funcionarios estadounidenses de migración de procesar las solicitudes de asilo cuando se entregan en la frontera. “Los migrantes tienen derecho a solicitar asilo, siempre y cuando usen los canales regulares para pedirlo. Tengo el caso de un migrante que en última instancia optó por pasar el río porque le rechazaron su petición cinco veces, bajo excusas. Le decían que estaban full de peticiones y que ya no se daban abasto, que debía esperar, que tuviera paciencia, entre otros alegatos”, expone.
Trujillo hizo hincapié en que las solicitudes de asilo por la vía regular, deben procesarlas porque es ley. En el caso venezolano es conveniente pedirlo por razones políticas, debido a que cientos de personas huyen de un régimen que quebranta sus derechos fundamentales, enmarcados en la Constitución Nacional. “Actualmente hay una crisis migratoria incontrolable. Ya los venezolanos, al igual que los centroamericanos, atraviesan los ríos, pasan por trochas y desiertos, sin importar las consecuencias. Si son detenidos en estas prácticas ¿qué procede? Entran en un proceso de deportación y son pasados a una corte preliminar e individual donde se presentan los casos. Si no ganan, se puede apelar. Pero ese proceso es engorroso y podría tardar años “, explica el experto.
En los cruces fronterizos los migrantes están expuestos al peligro. Un informe elaborado por Human Rights Watch a principios del mes de marzo, basado en entrevistas sostenidas a 71 venezolanos que se encontraban en refugios, ubicados en los pueblos limítrofes con Estados Unidos, reveló que habían sido víctimas de robos, plagios y de trata de personas por parte de las organizaciones delictivas que operan en la región. Estos hechos se registraron durante la travesía para pedir asilo.
Durante las conversaciones que sostuvieron con los afectados, los representantes de la ONG, detectaron que, de los 71 casos, al menos 27 personas habían sido sometidas por organizaciones delictivas en hoteles, ubicados en los pueblos cercanos a los límites entre México y Estados Unidos. Gonzalo Flores (nombre ficticio para resguardar su integridad), es uno de los tantos que fue secuestrado.
Actualmente él vive en la Ciudad de México y relató a Es pa´lante su experiencia. En Caracas tenía una sólida carrera como corredor de seguros y su negocio propio: una papelería. El dinero que devengaba por ambas ocupaciones le alcanzaba para tener una vida holgada y garantizar bienestar a su pequeña hija de 9 años. Sin embargo, la zona donde vivía en Catia estaba bajo el control de los grupos armados afectos al oficialismo (colectivos). “En varias oportunidades entraban y me decían: sácame unas copias ahí. Se las tenía que regalar porque de lo contrario amenazaban con secuestrar a mi hija o con quemarme el negocio. Lamentablemente así funciona el hampa. No me quedaba otra que ceder a sus exigencias”.
La situación económica en Venezuela iba de mal en peor. El dólar hizo trizas al bolívar y en consecuencia el costo de los insumos para mantener a flote el local y el acoso de los colectivos provocaron que su patrimonio se fuera a pique. La venta de las pólizas de seguros también se desplomó. Las oportunidades se esfumaron, y por ende, las esperanzas de crecer. “Le propuse a la mamá de mi hija que nos fuéramos a Estados Unidos. Tenía unos familiares en Monterrey que manejaban información para cruzar y solicitar asilo. Ella no dudó en aceptar el planteamiento porque ya estábamos desesperados. La crisis económica estrangulaba nuestros bolsillos. En dos meses vendí el local y el carro. Con ese dinero compramos los pasajes y apartamos un fondo de reserva para mantenernos, mientras conseguíamos trabajo en Estados Unidos. Ese era el plan”.
El comienzo de la odisea
El 30 de septiembre Gonzalo en compañía de su niña y de la madre de la pequeña partieron en avión a Colombia. Allí abordaron otro vuelo con dirección a la Ciudad de México. De allí la familia se trasladó a Monterrey por vía aérea. El 6 de octubre comenzó la travesía convertida en odisea. Ellos tomaron un bus a Nuevo Laredo, en el estado de Tamaulipas, fronterizo con Río Bravo (Estados Unidos). El viaje duró 6 horas. Salieron a la 1:00 pm y a las 7:00 pm llegaron al poblado. Buscaron un hotel para pasar la noche y al día siguiente, partirían a los límites con Estados Unidos.
Él se hospedó en un hotel céntrico. Una vez que llegó con su familia, colocó los bolsos sobre la cama. Se metió a bañar, mientras que su hija y la madre de la pequeña salieron a comprar comida para cenar. Estaban hambrientos y cansados.
“En el baño escuché que tocaban la puerta. En un principio no le hice caso porque pensé que era algún servicio del hotel. Tocaron con suma insistencia. Tuve que salir para ver qué pasaba. Cuando abrí un sujeto de tez morena, fornido de 1.80 metro de estatura, me dijo: ábreme la puerta. Yo le respondí: qué quería. Y el hombre insistió: ábreme, ¿vas a cruzar la frontera, verdad? Temeroso le dije que sí. Solo me dijo: no te va a pasar nada si me dices la verdad y se fue”.
Gonzalo no quiso comentarle a la madre de su hija lo ocurrido. Pero no dejaba de pensar en ese extraño episodio. Constantemente se preguntaba: ¿Qué quería ese tipo? Luego concluyó que seguramente buscaba a otra persona, que se trataba de un ajuste de cuentas, y que simplemente se había confundido. Él cenó en familia y al día siguiente todos se levantaron a las 8:00 am para desayunar y caminar hasta la frontera para cumplir su objetivo: entregarse ante las autoridades migratorias.
Al terminar de comer la familia comenzó el camino hacia la frontera. Tenían poco equipaje con lo básico; unas cuantas mudas de ropa y artículos de aseo personal, suficiente agua para evitar deshidratación. Antes de llegar, tres sujetos se bajaron de un vehículo, tipo sedan color negro. Los sometieron a los tres y los obligaron a entrar en el carro. Les dijeron que mantuvieran la cabeza gacha. Dieron varias vueltas hasta que los llevaron a una casa abandonada.
Los hombres llevaron a la familia hasta una de las habitaciones. Allí tenían a otras 15 personas que intentaban cruzar, de diversas nacionalidades. Uno de los plagiarios, se le acercó a Gonzalo y le preguntó: de dónde eres. Con voz temblorosa le respondió: “de Venezuela, pero no nos hagas nada. Nosotros solo queremos pasar”. El hombre les contestó: Cada uno vale 10 mil dólares. “Los sujetos querían que pidiéramos a familiares en Estados Unidos dinero, a cambio de nuestra liberación. Yo no tenía familia allá y se los dije entre lágrimas, que por favor me creyeran”.
Los sujetos forman parte de una organización mexicana, apodada “La Mafia”, encargada de secuestrar a migrantes en la frontera para pedir rescate. Esta es una de las 200 bandas que según las ONG operan en los tramos colindantes con Texas. “Con lágrimas en los ojos Gonzalo les habló con franqueza. Les dijo: “No tengo para pagar eso. Solo somos una familia desesperada que busca una mejor calidad de vida”. Su pequeña no entendía qué pasaba, se estresó y no paraba de llorar, mientras que su madre, presa de los nervios la abrazaba tratando de calmarla. Ellos pasaron cuatro horas en poder de ese grupo.
Hasta que el líder los dejó ir. Los hombres montaron a la familia en el carro y la dejaron cerca del puente fronterizo. Minutos antes le tomaron fotografías. Ellos llevan un registro. Toman fotografías y videos de los secuestrados, los tienen identificados. “Esperamos que los que nos dijiste sea cierto porque tenemos gente en todos lados”, dijo uno de los plagiarios a Gonzalo antes de dejarlo ir.
La pesadilla de Gonzalo y su familia no terminó allí. En el puente los funcionarios estadounidenses de migración los devolvieron. Les dijeron que tenían que permanecer en México, bajo custodia de los agentes de migración de ese país. “Nos llevaron a un albergue municipal en Nuevo Laredo. Estuvimos una semana allí, mientras se gestionaba una cita ante las autoridades migratorias estadounidenses para procesar la solicitud de asilo.
“Cuando acudí con mi hija y su madre a la cita. Nos tomaron huellas, nos preguntaron cuál era la intención de migrar. Les conté la pesadilla que vivíamos en Venezuela y la experiencia que acabábamos de pasar con los secuestradores. Nos tomaron las huellas dactilares. Luego de las declaraciones nos encerraron. A mí me metieron en una celda pequeña, donde estaban otros tres migrantes, mientras que a mi niña y a su mamá las metieron en otro calabozo tan pequeño como el mío. Me partía el alma ver cómo mi niña la tenían allí. Permanecimos tres días. Para mí fue el infierno en la tierra. Nos alimentaban con tacos de huevo y papa, no pudimos comunicarnos con nadie”.
De acuerdo con cifras de la Oficina Nacional de Aduanas y Protección Fronteriza, solo en abril de este año 178 mil personas fueron detenidas, luego de atravesar los ríos y pasos irregulares. El 44% de las aprehensiones fueron practicadas a ciudadanos mexicanos. El resto a centroamericanos y venezolanos. Durante el mes pasado también fueron rescatadas otras 873 personas que habían sido abandonadas a su suerte por llamados coyotes, en zonas desérticas.
Hasta la fecha los puentes para cruzar de forma regular hacia Estados Unidos permanecen cerrados por la pandemia. Hace pocos días, el gobierno del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, anunció que próximamente permitirá que hasta 250 migrantes que se encuentran en condiciones vulnerables puedan entrar a territorio estadounidense por día. Tendrán prioridad aquellos que tengan hijos pequeños, quienes tengan algún padecimiento de salud y los que han sido víctimas de persecuciones o ataques durante su permanencia en México. Esta medida busca minimizar los riesgos a los que se exponen miles de grupos familiares que intentan llegar a ese país mientras atraviesan ríos y desiertos.
Video: Cortesía Fox News
Publicado desde la web ESPALANTE