#OpiniónCiudadana
La construcción de la paz se inicia a partir de una comunicación positiva y empática que saca lo mejor de cada persona, disminuyendo así la violencia. Es un proceso que necesita el aprendizaje de la comunicación no violenta y que además, requiere su práctica diaria en la familia, en la escuela y en el trabajo, es decir, en las áreas o ámbitos de la vida.
Cuando se establecen formas distintas de relacionarse, cuyo fundamento es la experiencia pero su base es la verdad, se construye tanto la identidad propia como la identidad colectiva. De allí que la interpretación que las personas hacen de la historia determina la manera cómo comprenden el presente, el valor que dan a la realidad y lo que entienden sobre lo bueno y lo malo del mundo.
Es así como la memoria de las comunidades se construye con el recuerdo de sucesos, generalmente de aquellos que por ser muy duros, marcan etapas. En este sentido, la investigadora de la Universidad Autónoma de Baja California, la Dra. Lilian Paola Ovalle, expresa que «la memoria es una herramienta política importante que surge como puente entre un pasado reciente o un presente doloroso o traumático y un futuro posible donde podamos construir formas diferentes de relacionarnos más pacíficas, más justas y equitativas para reconstruirnos».
No sólo las víctimas, sino también la ciudadanía necesita de la memoria para construir el tejido social, requieren hacerlo conociendo lo que sucedió en el pasado pero teniendo siempre como fundamento: la verdad y la justicia.
No obstante, existen diferencias entre la memoria histórica y la memoria colectiva o social, entendiendo que la memoria histórica no siempre es la verdad de la historia o un fiel y exacto reflejo de lo que realmente pasó ni de los propios hechos. Es por ello que la Dra. Lilian Paola Ovalle afirma que la memoria social es «la articulación de narrativas que nos permiten explicar y comprender un momento histórico generalmente momentos de crisis y que nos permiten ser ese puente para proyectarnos hacia un futuro donde no se repitan esos eventos dolorosos y traumáticos de los que queremos salir para dilucidar futuros posibles.»
Sin embargo, no podemos entender la memoria histórica como una especie de archivo donde todo debe estar escrito o como una forma de documentar datos, sino como la construcción que las sociedades hacen de manera estructurada sobre las experiencias dolorosas y de las formas de violencia que se produjeron, tanto en como pasó, en que no se vuelvan a repetir y en no permitir que las comunidades sean silenciadas.
Así vemos que el concepto de memoria va cambiando según las realidades de los lugares, las víctimas, los responsables y los testigos. Al igual que es posible la articulación de la diversidad de formas de memoria con los contextos históricos y políticos de dónde surgen.
La memoria además de ser el patrimonio de los pueblos es un derecho y por lo tanto, un deber del Estado, que está obligado a crear condiciones para abrir procesos de documentación de la verdad, teniendo como base la ética aún en medio de situaciones sociopolíticas adversas y de incluir a las comunidades como parte del proceso de reconstrucción.
Se construye la memoria para evitar que se pueda llegar a creer que la violencia nace de manera espontánea o porque así es la humanidad. Es en este sentido que cuando el sociólogo y pionero en la investigación de la paz, Johan Galtung expone los tipos de violencia, afirma que la violencia simbólica surge para legitimar la violencia directa o estructural, la hace ver como algo cotidiano y que las personas la asumen como normal al extremo de estar convencidos de que le es imposible disminuir o suprimir la violencia.
A tal nivel se ha asumido las formas de violencia como inherente a las sociedades que llevan a las personas a una cultura de violencia, pues no se les enseña que la discriminación, la violencia contra las mujeres, la falta de acceso a la educación, la represión, así como otras formas de violencia que rara vez son reconocidas como tal son violaciones de los derechos humanos.
La memoria no es solamente mostrar lo que pasó, sino también para formar en valores, es así como las víctimas y las organizaciones sociales en sus demandas por la verdad, la justicia, la reparación y no repetición hacen presente el pasado con responsabilidad educativa a través de museos, cine, documentales, libros, cuentos o al usar herramientas como por ejemplo, los «cuadernos de la verdad» una metodología donde las víctimas plasman preguntas, inquietudes, peticiones, reflexiones, comentarios, expectativas y toda aquella información que consideren necesaria a los responsables.
En los procesos de paz, la ciudadanía acepta que el olvido no es lo mismo que la reconciliación, ni que la memoria es lo mismo que la venganza y que el diálogo entre las partes —por más doloroso que sea— es necesario para avanzar en un proceso de sanación.
Nuestro propósito consiste en promover una cultura de paz en rechazo de la violencia y en prevención de los conflictos. Depende de nosotros construir la memoria como un proceso de aceptar el daño generado para su reparación, de la disposición a que nunca más se vuelva a repetir, del perdón y de la sanación, de construir esperanza y de que es posible un futuro con historias de paz, convivencia y reconciliación en un mundo más justo.