Por: Natalia Matamoros / Espalante
Cuando María Antonieta Santivañez había alcanzado cierta estabilidad económica con un trabajo fijo que le permitía mantenerse en México, la pandemia revirtió esa realidad. Actualmente ella engrosa las estadísticas de desempleados en territorio azteca, producto del virus que no solo ha propiciado una crisis sanitaria sin precedentes en el mundo, sino que además ha noqueado la economía global.
Hasta hace pocos meses, ella era la asistente de una cantante venezolana. Pero el aumento vertiginoso de los casos de coronavirus en la Ciudad de México y en el resto del mundo condujo a la prohibición de presentaciones y espectáculos públicos. Su jefa que además era su amiga le dijo: “ya no puedo seguir contigo, porque los pocos recursos que tengo solo me alcanzan para cubrir mis gastos”. María no sabía qué hacer, el mercado laboral estaba y aún está paralizado por la cuarentena. A ello se le suma su edad: tiene 62 años y eso es una limitante para buscar trabajo en cualquier área.
Todas las noches se preguntaba cómo iba a reunir el dinero de la renta de la casa donde vive alquilada con su hermana en la colonia Peralvillo de la ciudad. ¿Cómo iba a sostenerse en los meses venideros, qué iba a pasar con su madre, una mujer de 96 años que tiene a cargo y un hijo que vive en Venezuela con serias limitaciones porque tampoco tiene trabajo estable?
En paralelo, su hermana Linda, quien la apoyaba en gastos de la casa, también quedó cesante. Ella trabajaba en una tienda de ropa infantil, era la empleada más reciente. Días antes de haberse decretado la cuarentena la encargada le informó: “No sé cómo decirte esto, pero ya no puedes estar más acá”. Linda lo veía venir, antes del torbellino de la pandemia, el negocio no estaba dando las ganancias esperadas. “Las ventas iban en picada y era lógico que ante una tragedia de esta magnitud, se tomaran decisiones drásticas”, dice Linda.
Ambas quedaron en el aire, con lo justo para sobrevivir un mes. Pero gracias a la ayuda de unos familiares que viven en México y un programa de alimentación que tiene la Comisión Mexicana de Ayuda al Refugiado, han podido comprar alimentos. Recientemente las hermanas Santivañez fueron contratadas como tutoras de una niña, pero no hay garantías de estabilidad.
Ellas forman parte de los dos millones de personas cesantes que según el Instituto Nacional de Ocupación y Empleo, se contabilizan en México. De acuerdo con estimaciones de la Unión Retailers de México, se estima que entre junio y julio cierren de forma definitiva, un aproximado de 2.500 locales, ubicados en las plazas comerciales de la Ciudad de México. Cerca de un 20% de migrantes, entre ellos venezolanos, laboraba en establecimientos de este tipo.
Aunque no hay garantías de empleo para los venezolanos que perdieron sus trabajos durante la contingencia, la Asociación Civil Venemex, desde hace mes y medio trabaja en el levantamiento de un sondeo para medir el impacto de la pandemia entre los venezolanos y canalizar ayudas de alimentos y medicinas. En la encuesta participaron 262 personas que residen en Ciudad de México, Estado de México y Nuevo León.
La consulta reveló que el 38% de los entrevistados fueron despedidos de sus trabajos y un 21% comentó que su estatus laboral fue interrumpido de forma temporal, mientras mejoraba la situación económica del país. El estudio arrojó además que el 80% de los encuestados requiere con urgencia apoyo de despensas y un trabajo que les permita satisfacer sus necesidades básicas en materia de alimentación, medicinas y vivienda.
Las alarmantes cifras dieron pie a una campaña de ayuda a esta población. Según Francisco De Angelo, director jurídico de la organización, en dos meses lograron recaudar 150 mil pesos para beneficiar a 180 grupos familiares con la entrega de despensas y medicamentos. Las donaciones fueron hechas por empresarios venezolanos, comerciantes y voluntarios.
Aunque los donativos no solucionan el problema, contribuye a mitigar por un tiempo los devastadores efectos de la pandemia a quienes habitan en el centro y el norte del país azteca.
Cancún empobrecido
Quintana Roo, es otra de las entidades que ha sufrido los embates de la crisis económica generada por el coronavirus. Allí reside desde hace tres años, José Miguel Fajardo. Es abogado venezolano y se vino a probar suerte con su esposa y su pequeño de tres años. Fue contratado en un hotel como botones, pero a mediados de abril el gerente le notificó que él junto otros 150 empleados estaban despedidos. La carta de recomendación y el buen servicio que prestó durante los dos años que trabajó allí no le han servido de nada. En Cancún no hay trabajo. El virus ahuyentó el turismo.
“Mi esposa no trabaja, depende de mí porque se dedica al cuidado del pequeño. Estamos apretados porque el dinero de la liquidación solo nos alcanzó para cubrir un mes de renta. Menos mal que la casera nos congeló el pago del alquiler durante los próximos dos meses. La comida se nos está acabando. La despensa está prácticamente vacía, solo nos quedan unos huevos, unas presas de pollo y un kilo de arroz. Eso apenas nos alcanza para dos días”, dice el afectado.
Según datos proporcionados por Liz Torres, directora del Consejo Internacional Sumando Venezuela, se han entregado más de 3800 ayudas entre alimentos y medicinas, a través del programa “Ollita Humanitaria” que beneficia no solo a la comunidad venezolana, sino también a los migrantes provenientes de Centroamérica.
“En Cancún hay 13 mil venezolanos con sus documentos en regla y otros tres mil que están procesando sus permisos de estadía. Más del 90 % de estas personas viven del turismo: trabajan en hoteles, restaurantes y centros de entretenimiento que se paralizaron. Se espera que la situación mejore en los próximos días, cuando el semáforo cambie a color naranja y comience la reactivación económica de la ciudad”, refiere Liz.
Imagenes cortesía de Centro Urbano y Consejo Internacional Sumando Venezuela.
Artículo publicado originalmente en la web espalante.com