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Niños se enfrentan al rezago educativo, secuelas psicológicas del maltrato durante el trayecto migratorio

Junto a las vías del tren de la colonia Vallejo de la Ciudad de México hay un campamento migrante, integrado por unas 300 familias, provenientes de Venezuela, Honduras, Colombia y El Salvador. Ellos esperan la aprobación de su cita por la plataforma CBP One para ingresar a Estados Unidos de forma regular.

Entre las personas que allí habitan, según el último censo elaborado por la Secretaría de Bienestar en el lugar, hay unos 60 niños que no van a la escuela.

A algunos como Jorge, un pequeño de 8 años, se les han ido olvidando las nociones básicas de matemáticas y ya no tienen la misma rapidez con la lectura porque llevan meses separados de las aulas y no saben cuándo pisarán un salón de clases porque aún no tienen fecha para ingresar a los Estados Unidos.

Jesús Rondón, migrante venezolano y padre de Jorge, relató que tenía a su hijo inscrito en una escuela en Colombia. Cursaba el tercer año de primaria, y hace dos meses y medio lo retiró para emprender su ruta a los Estados Unidos porque quedó desempleado. Confiesa que el personal docente de la Escuela Primaria La Prensa, ubicada frente al refugio, le ofreció que llevara a su hijo, mientras permanece en el país, pero no quiere porque el pequeño sufrió mucho cuando lo separaron de sus compañeros de clase. No quiere que se repita la misma historia porque solo está en México de paso.

Con los pocos recursos que tiene, Jesús habló de sus intentos por reforzar los conocimientos básicos.

“De repente estamos conversando y yo le digo 10+10 y él llega y me responde 20 y esas cosas. Por ahí le compramos unos cuadernitos y unos colores para que él dibuje. Cuando lo vemos que está aburrido, le digo ponte a colorear y lo hace, pero es muy limitado. A él le hace falta regresar a la escuela, pisar el salón de clases, compartir con sus compañeros”, expresa.

Ante la cantidad de niños que hay en ese campamento, comunidades cristianas y evangélicas, según Jesús, acuden los martes y domingos a dictar talleres y juegos educativos para que se entretengan y repasen algunos contenidos. Aunque es un aliciente, reconoce que los estudios formales son necesarios.

“Él tiene muy buena agilidad mental, pero la ha perdido un poco, las matemáticas y otros conocimientos. A él le gusta también dibujar. Acá han venido a hacer talleres lo ponen a pintar, a hacer cosas recreativas, educativas y ha aprendido también cosas nuevas”, manifiesta Jesús.

Secuelas emocionales

A unos metros de la carpa de Jesús, se encuentra la tienda de campaña de Mariángela Lozano. Ella tiene una niña de 6 años, llamada Lucy y lleva cinco meses sin asistir a clases desde que partió de Venezuela en abril de este año. A Mariángela le preocupa la condición de la niña, no solo por el rezago educativo que enfrenta, sino por las secuelas emocionales, pues fue perseguida por funcionarios de migración y cerca de Tapachula fue víctima de secuestro por el crimen organizado.

En sus juegos, la pequeña refleja los episodios de violencia vividos en el trayecto a la Ciudad de México.

“A nosotros nos ha devuelto migración y nos ha llevado a otras regiones del sur de México a punta de gritos y amenazas. Y a mi hija le quedaron grabadas esas actitudes y juega con eso. Les dice a los otros niños del campamento: Ya viene migración, vamos a correr. Esos no son juegos de una niña y yo concluyo que ella hace referencia a todo lo que hemos vivido en el camino y con eso juega”, cuenta Mariángela.

Lucy no ha recibido atención psicológica, pues el dinero que gana el esposo de Mariángela en un autolavado apenas alcanza para comprar comida y reunir para viajar a la frontera, una vez que le aprueben la cita a través de la plataforma CBP One.

Por miedo derivado de las experiencias vividas en el trayecto, no se atreve a llevar a su hija a la escuela que está al frente del campamento para que reciba clases en calidad de oyente, a pesar de que apenas recuerda las vocales y contar hasta 20.

“Frente a Cafemín, un albergue cercano al campamento migrante, han pasado varios sucesos referentes a los niños. Cuando yo todavía estaba en Cafemín intentaron llevarse unos niños. Yo a eso le tengo miedo, de que a mi hija le vaya a pasar algo ahí, que se la vayan a querer llevar, la verdad no la quiero exponer”, dice.

Un estrés que cuesta sanar

Esa sensación de miedo y de angustia que viven las familias en la travesía, siembra desconfianza porque ven peligro en todos lados al estar expuestos al crimen organizado y a otros riesgos y, por consiguiente, demandan protección, en especial aquellos niños migrantes que no llegan a un albergue y se encuentran en situación de calle, de acuerdo con Tania Ramírez, directora de la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM).

“Es una situación de estrés profundo y permanente. no hay oportunidad de abrirlo, de hablarlo y de sanearlo hasta que no sea suspendida esta condición de estrés y estamos hablando probablemente de cuando ya se encuentren con sus familias, de cuando puedan volver a tener una vida cotidiana, volver a jugar. Hasta que esos elementos no estén dados, no se suspende el sentido de alerta, no se suspende este estrés que es una estrategia de supervivencia para mantenerse alerta. Para empezar a abrirlo, a hablarlo y sanearlo es un proceso que puede tomar meses, años o toda una vida”, expone.

Nivelación educativa: todo un reto

Los niveles de estrés al que son sometidos los niños en su tránsito migratorio y el hecho de mantenerse alejados del entorno escolar y de su comunidad, acentúa sus problemas de sociabilización, según Beatriz Fuentes, directora del albergue Casa Fuentes de la Ciudad de México.

Ella contó que la mayoría de los pequeños que llegan al refugio les cuesta hacer amistades, tienen problemas de adaptación. Algunos lo demuestran a través del llanto, mientras que otros, mediante actitudes rebeldes.

También los pequeños que recibe presentan grandes niveles de atraso por el tiempo que tienen sin estudiar. Ha detectado que muchos no saben leer ni escribir. Mientras que a otros les cuesta tomar dictados. Nivelarlos, a su juicio es todo un reto, porque no cuenta con un equipo de educadores y psicopedagogos para asistirlos y llevar programas que puedan reforzar lo aprendido en la escuela.

Beatriz junto a otras personas que colaboran de forma gratuita, organiza actividades lúdicas y educativas para poner a los niños al día con la lectura, algo de matemáticas y conversión monetaria, así como también les habla un poco de la geografía de los Estados Unidos, país que para muchos será el destino final de su recorrido. 

“Nosotros los estimulamos para que sepan leer, que sepan escribir y que sepan contar, pero también lo que hace Casa Fuentes es darle la conversión de metros a yardas. La conversión de su moneda a la moneda de Estados Unidos. Eso es algo con lo que se empezó a trabajar aquí para que, al llegar a su destino ya manejen esa información y sean más independientes”.

Para Beatriz, es necesario establecer políticas destinadas a garantizar la educación para quienes están en tránsito, pues lo que hacen los albergues es un paliativo. Se requiere de un programa que incluya asistencia educativa en áreas básicas, ayuda psicosocial y de autocuidado. Previo a ello, las organizaciones que trabajan con infancias, de forma conjunta con la Secretaría de Educación Pública, deben hacer un diagnóstico del nivel de instrucción de los niños y adolescentes que migran.

“Todos preguntan grados escolares cursados a los adultos, a los niños, nadie tiene el dato, nadie lo tiene. Es mentira si alguien lo tiene. Porque es que ni siquiera preguntan, es que vamos a jugar, pues sí. Pero nadie se ha dedicado a explorar esa parte que les falta del grado académico. Saben leer, saben escribir, pues no, al menos aquí vienen de Guatemala, Honduras y El Salvador y hay que empezar de cero”, comenta Fuentes.

Entre juegos y talleres

Ante la falta de políticas y programas orientados a la asistencia migratoria en el área educativa y psicosocial, algunas asociaciones civiles se han dedicado a visitar albergues y campamentos migrantes para llevar instrucción, a través del juego. Una de ellas es La Jugarreta que en alianza con UNICEF trabaja en Baja California, Tabasco, Chiapas, Chihuahua y Ciudad de México para reducir el estrés en los pequeños, fomentar el juego libre y las artes, mediante la literatura, las expresiones escénicas y la danza, así como el dictado de talleres reflexivos y de ciencia.

Su fundadora, María Morfín, explicó que estas actividades pretenden promover el desarrollo de habilidades, el entusiasmo, despertar la creatividad, así como estrechar lazos de amistad entre los pequeños. 

“Lo que nosotros hacemos es crear espacios de juego, de expresión, de exploración, de diálogo, de organización, en los que ellos toman decisiones y hacen proyectos, pero con la intención de relajarse, de crear un espacio de confianza, que puedan bajar el estrés, que puedan relacionarse con otros, relajarse, expresarse, sentirse apoyados”, explica.

Barreras educativas

De acuerdo con un estudio realizado por el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo de la Educación de la Universidad Iberoamericana en el 2020, solo 18% de los niños migrantes asiste a la escuela de forma regular en México. La mayoría de los que acuden, no tienen igualdad de acceso, es decir se topan con barreras. Una de ellas, es la documentación, el idioma y la ausencia de programas de integración al nuevo ambiente escolar.

Ese es el caso de Jenny Castillo. Ella es colombiana y migró hace tres años a Taxco (Guerrero), en compañía de su hijo de 8 años, quien en ese entonces cursaba cuarto año de primaria. Entre los documentos que le solicitaban para su inscripción destacan la CURP, acta de nacimiento y certificado médico. Sin embargo, tuvo retrasos para tramitar la CURP de su hijo ante el Instituto Nacional de Migración. Esto le causó serios problemas para mantener al niño en el colegio. Además de que el pequeño fue víctima de acoso escolar y actitudes xenofóbicas por parte de sus compañeros.

“Recibí mucha presión para gestionar los documentos del niño acá en México. Estuvieron a punto de expulsarlo, pese a que la ley establece que a ningún niño se le puede negar el derecho a la educación. Otra barrera con la que nos topamos fue la adaptación. Se burlaban de él, de su forma de hablar, cómo definía algunos objetos. Los compañeros llegaron al punto de decirle: no te sientes en esa silla, tú no eres de aquí, vete para tu país”, relata.

Jenny denunció el caso ante las autoridades de la institución, pero no tomaron represalias en contra de los compañeros que atacaron a su hijo, ni tampoco activaron protocolos para la atención e integración de los niños extranjeros. De hecho, por el problema de la CURP, le retuvieron el resto de los documentos del joven cuando pasó a secundaria, por lo que se vio obligada a elevar el caso ante la Secretaría de Educación Pública en México.

Necesidad de adaptar programas

Otro problema que enfrentan los niños extranjeros inscritos es que los programas educativos no están adaptados a sus necesidades, según July Rodríguez, directora de la organización Apoyo a Migrantes.

“Los países tienen sus programas de estudio, dan la clase normal para los niños que nunca han migrado. Cuando llegan estos niños se encuentran que tienen una maestra que les exige que entiendas su lenguaje y su forma de explicar los programas académicos. No hay una preparación, ni una formación al docente para atender y poder dar clases a estos niños migrantes, tampoco los programas están ajustados”, comenta.

Para eliminar la brecha educativa, Luz María Moreno, investigadora y académica del Departamento de Educación de la IBERO, manifestó la necesidad de que en esta nueva administración se retome el Programa para Niños Migrantes, con el objetivo de combatir la marginación que enfrentan los grupos vulnerables en esta materia, promover la interculturalidad en los salones de clases, así como garantizar a los niños que están de paso y a los refugiados un ambiente de cuidado a nivel académico y psicosocial.

“Lo que tenemos que asegurar es justamente estos ambientes de cuidado, que comprendan que toda la trayectoria que han llevado estas infancias es una trayectoria con muchísimas dificultades, con muchísimos obstáculos sociales y que, como escuelas, como proyectos educativos, tenemos que acompañar desde un punto de vista muy distinto, de muchísimos cuidados y de mucho acompañamiento psicosocial. Eso es lo principal y en esos contextos el aprendizaje florece”, concluye.

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