Esta historia empieza ése viernes 13, viendo en el televisor de la sala las noticias emitidas por esa extraña mujer, contando con sus dedos los dos primeros caso de Coronavirus en el país. Despertaron francamente esa ansiedad que solo una madre calma, pero al mirarle a mi madre descubrí que era cierto, también tenía esa ansiedad, inconsolable; quizás la mayor reacción es sentir un impulsó tanto positivo y poco objetivo de que solo son dos, no habrán más. Cruzo dedos, lo deseo, veo a mi padre y su reacción es idéntica a la de ella, miedo.
Al día siguiente el protector de una revolución fallida anuncia una Emergencia Sanitaria dentro de un “Estado” ahogado en su peor crisis; que la Naciones Unidas le denominan Emergencia Humanitaria Compleja, pero no hablemos de eso, quizás nos censuren por decir la verdad.
Sin desviar tanto mi historia, ese impulso positivo disminuía con cada anuncio, con cada periodistas preso, con cada falla del servicio eléctrico, con cada día que mi padre contaba su dinero con resultados poco alentadores; 13 días después, por la tarde, la misma extraña mujer anuncia que alguien ha muerto, “ha tanto pocos metros de mi casa” gritó una vecina. Era increíble la noticia, tanto, porque el día anterior los familiares difundían lo ocurrido en horas de la noche, “ocultan algo, algo más no nos dicen” decía mi hermana un tanto preocupada porque el servicio de Internet no funcionaba desde hace días y su profesor exigía (tan igual a un tal Istúriz) que debía cumplir con las asignaciones de su Universidad, siguió en ello, misión fallida.
No comprendía realmente porque pasábamos por esto, porque de esta forma, porque yo, defensor de los Derechos Humanos no hacía nada al respecto, luego un señor un tanto cabizbajo me dice que cuantos botellones de agua pagaría, “cuatro” fueron mi respuesta, mi padre tomó dos, uno a su hombro y el otro dolorosamente con su mano; aún el miedo le cubría la mascarilla.
Mi historia aun no termina, la de muchos venezolanos tampoco. Ya aún mes del primer anuncio, sigo con miedo, pero con mayor esperanza, mantengo mi mente distraída con reportes de la Organización Mundial de la Salud y desarrollando contenido para alguno que otro taller y me formo con otros tantos; trabajo, música, lectura, terminaron en rutinas, mis padres se distraen con películas viejas, mientras mi hermana sigue luchando con el Internet para sus clases, a veces lo logra, otras debe recargar su teléfono con señal dudosa o “bipolar” como le suelo decir para creer que es un chiste que luego de 20 años ningún servicio funcione, que la educación cuelgue de hilos acabados, hilos que cosen el pálido uniforme de funcionarios que albergan su avaricia en una estación de servicio.
Concluyo, con el anuncio de un mes más en cuarentena, emitido por el supuesto protector que conduce el socialismo de un siglo que vio a su juventud venezolana partir y morir por tan mal conductor.