Por: Natalia Matamoros / Espalante
María Laura Morales es venezolana y llevaba cinco años trabajando como gerente administrativo en una empresa en Ciudad de México. En febrero de 2016 ella se postuló desde Venezuela y la compañía la contrató. Le ofrecieron un buen sueldo y le ayudaron a tramitar sus documentos ante el Instituto Nacional de Migración para que ejerciera de manera regular.
Aunque el contrato que firmó decía que laboraría ocho horas de lunes a viernes. La realidad fue otra. Al menos tres veces a la semana debía permanecer en la oficina hasta las 11:00 pm para preparar informes que debía entregar al día siguiente a primera hora. “Era estresante. No tenía tiempo de compartir con mis hijos, ni con mi esposo. Cuando llegaba temprano, estaba tan agotada que llegaba a tirarme en la cama a dormir. No quería jugar, ni saber de tareas, ni preparar la cena”, cuenta.
El año pasado durante la pandemia hubo recorte de personal en la empresa donde laboraba. Cerca de 150 personas fueron despedidas porque las finanzas se fueron a pique. A ella la dejaron, pero el jefe le dijo: “tu salario se reduce en un 35 por ciento a partir del mes de julio”. La decisión la condujo a pensar si valía la pena sacrificar el tiempo en familia por un sueldo que apenas le iba a alcanzar para cubrir sus necesidades básicas.
Ella cocina muy bien y sus amigos venezolanos y mexicanos le decían que sacara un emprendimiento gastronómico. Esa propuesta dio muchas vueltas por su cabeza y se preguntó ¿por qué no? “Vamos a arriesgarnos a ver qué pasa. Estar en casa me iba a permitir estar más tiempo con mi familia porque iba a ser dueña de mi tiempo. Aunque también debía dedicarle 100 por ciento al negocio”.
Tomó la decisión y renunció. Fundó un negocio de entrega de comida a domicilio. Empezó a ofrecer a sus vecinos y conocidos. Hoy en día su cartera de clientes ha crecido de manera exponencial. Ofrece desde platos venezolanos hasta guisados mexicanos. Su menú está compuesto por más de 20 platillos y cuenta con la asesoría de expertas en gastronomía venezolana y azteca. “Aunque ser emprendedor es demandante, no extraño la oficina. Aunque no tengo prestaciones sociales, ni vales de despensa; estoy al lado de mi familia y hago un espacio para asistir a mis hijos en sus tareas. Eso no tiene precio”, expresa.
María Laura es una de las tantas venezolanas que han escogido el emprendimiento como medio de sustento y crecimiento. Considera que “la disciplina es la clave para lograr el éxito en lo que decidas hacer”. Un estudio realizado por la Universidad Anahuac durante los años 2018 y 2019 indica que cerca de 35 mil negocios pequeños y familiares abren mensualmente en el país azteca.
Para Alejandra Brito, CEO de Univenemex, una organización que agrupa a 213 venezolanos que han incursionado en un negocio propio en México; 3 de cada 5 criollos opta por emprender y ser su propio jefe por varias razones. Una de ellas, son las largas horas de trabajo. En algunos casos en México, las jornadas oscilan entre 10 y 14 horas.
“Los venezolanos tenemos una cultura laboral diferente. No estamos acostumbrados a permanecer más de 8 horas en una oficina porque dedicamos tiempo a la familia. Además de ello, venimos de un país que en otros tiempos ofrecía una serie de mejoras adicionales: cestatickets, tres meses de aguinaldo, se percibía un pago por horas extras, un mes de vacaciones anuales. En México, las condiciones laborales son distintas. Los beneficios son limitados”.
Muchas empresas solo ofrecen el mero sueldo. En la mayoría de los casos, no supera los 500 dólares al mes, según Brito. Otra de las razones que impulsa al migrante venezolano a emprender, explica la líder de Univenemex, son los largos procesos de contratación. “Para que seas seleccionado en una buena empresa, puedes tardar entre dos y tres meses. Los procesos de contratación son engorrosos. Debes pasar varios filtros. La mayoría de los migrantes no pueden esperar. Necesitan producir para sacar adelante a su grupo familiar”.
Desconocen procedimientos
Hay otro factor que el abogado migratorio Joaquín Arjona, considera que impulsa a la mayoría de los migrantes venezolanos que residen en México a incursionar como emprendedores: el desconocimiento que tienen muchas empresas sobre los requisitos que deben reunir para contratar a un extranjero. “Algunos empresarios no saben cómo hacer una carta de oferta de empleo, mientras que otros piensan que al contratar a un extranjero van a ser sometidos a una supervisión fiscal por parte del Instituto Nacional de Migración (INM) y por eso se abstienen de contratar migrantes”, destaca el experto.
Las empresas, según Arjona deben estar claras que el INM no ejerce controles fiscales, solo lleva un registro de los migrantes que son contratados legalmente en el país. “Si hubiera una política informativa para crear conciencia entre los empresarios sobre este tema y hacerles entender que los extranjeros vienen para aportar conocimientos y fomentar la integración cultural dentro de una organización, la cantidad de contrataciones de migrantes sería más elevada”, refiere el abogado.
La edad y la falta de documentación ha sido otra barrera que ha impedido a los venezolanos, a juicio de Brito, acceder a un trabajo formal. Ese es el caso de Norma Acosta, ella es venezolana de 55 años. En su país natal trabajó en la Gerencia de Recursos Humanos y cuando emigró la rechazaban porque solo buscaban profesionales entre 25 y 45 años. Estaba fuera de ese rango. Además no tenía sus títulos apostillados. Le decían: “sin las apostillas de tus títulos universitarios, no podemos contratarte”.
No tuvo otra opción que ingeniárselas para sobrevivir en un país extraño. Sin estudio previo de mercado, sin tener conocimientos de diseño, ni tampoco sin la certeza de que le iba a ir bien o mal, Norma creó lo que hoy se conoce como Melaza Frozen. Comenzó vendiendo helados de frutas tropicales en los tianguis y a las puertas de los colegios. Los adaptó a los paladares de los mexicanos. Les agregó chamoy y les añadía un toque de los chiles piquín y tajín. Se los llevaban a manos llenas. Sus bolis congeladas también las vende por encargos para fiestas infantiles.
Su marca tuvo tanto éxito que la extendió a otras ramas: ofrece licores de frutas como guarapitas y tizanas. Además, los fines de semana y feriados hace asopados y hervidos para las reuniones familiares. “Esto me ha permitido solventar gastos de manutención y pagar los servicios, sin sacrificar mi tiempo para disfrutar con mis hijos”, dice Norma.
Si bien el emprendimiento es la vía más expedita para evadir las pésimas condiciones laborales, hay que seguir ciertos patrones para que la pequeña empresa crezca y no se vaya a pique. Es vital, según Alejandra Brito, la capacitación y la elaboración de un plan de negocios que permita saber las preferencias de los consumidores y conocer a la competencia para ofrecer algo distinto.
“En nuestra organización brindamos formación sobre estos temas para garantizar el éxito. Hacemos hincapié sobre el manejo de las redes sociales para que los productos que ofrecen los miembros de Univenemex sean visibilizados, que los mexicanos los conozcan y compren. He tenido personas que no sabían hacer un post y acá han aprendido. Su comunidad de seguidores ha crecido, se han dado a conocer entre paisanos y aztecas. Han incrementado sus ventas de forma considerable”.
Ingeniárselas para sobrevivir
Jesús Abreu es miembro de Univenemex. Emprender no estaba entre sus planes. Es de los pocos venezolanos que fue contratado como arquitecto en una empresa de renombre. Antes de que lo despidieran por la pandemia, no tenía vida. Trabajaba hasta 15 horas diarias. No podía planificar sus vacaciones porque no tenía tiempo y debía soportar el trato despótico de sus superiores. Aunque no ganaba mal, hacía el trabajo de tres personas. Dormía pocas horas.
Una vez que quedó cesante. Se postuló en otras empresas, pero no lo llamaron, quizá por un tema de nacionalidad. Enviaba hasta 15 resúmenes curriculares, a través de las bolsas de empleo de Internet. Solo una le respondió y le envió unas pruebas psicométricas, pero no lo llamaron para pasar a la ronda de entrevista. Pasaron dos meses y los ahorros de Jesús se fueron consumiendo. Su celular seguía a la espera de alguna llamada. Debía resolver porque había que asumir los gastos de la renta del apartamento y la comida.
Jesús también es dibujante. Se especializó como retratista y pensó por qué no convertir esta habilidad en un emprendimiento que sea su sustento. Hizo un pequeño estudio de mercado y arrojó que hacer retratos acá en México es un negocio sustentable. Tomó su lápiz y un block de cartulina blanca e hizo sus primeros retratos. Empezaron a contactarlo para preguntar los precios de los dibujos. Hizo un tarifario para que los clientes pudieran escoger, de acuerdo a su presupuesto.
De su Instagram personal @abreupainter eliminó sus fotos personales y las sustituyó por imágenes de la técnica que empleaba y del resultado final de su trabajo. Fue creciendo en seguidores. No solo hace retratos, también se ha adentrado en la caricatura y próximamente incursionará en el dibujo de personajes de comics japoneses. Todas las semanas le llueven encargos. Aunque no cumple un horario en la oficina, tiene una disciplina. Comienza su jornada a las 8:00 am. Se toma un tiempo para descansar después de varias horas dibujando y retoma la actividad.
“La dedicación depende de cuánto quieras ganar. Lo tomo como un trabajo de oficina, pero me doy mi tiempo para comer y descansar. Eso no lo podía hacer en una empresa. Parecía una máquina de producir proyectos. Pienso que hay que arriesgarse, y la clave para que un negocio propio tenga éxito radica en la planificación. Hoy en día, si me ponen a escoger entre un trabajo formal y lo que estoy haciendo, me quedo con la segunda opción porque me gano el pan haciendo lo que me gusta y en un ambiente agradable: mi casa”.
Publicado en la web espalante.com