La familia es lo primero, es lo principal y muchos podemos decir que lo es todo. Hasta cuando escogemos familia que no lleva nuestra sangre sabemos que cumplirán un papel importante en nuestras vidas, porque les consideramos familia. Y es que, todo venezolano tiene hermanas y hermanos de la vida que suelen ser familia.
En el país vivimos una Emergencia Humanitaria Compleja y como parte de las consecuencias de estos terribles tiempos nuestros seres queridos se han visto expuestos a la fractura, separación y desdicha como lo es, para la gran mayoría, la migración forzada. Formar parte de ese casi 4 cuatro millones de venezolanos que dejó su país en busca de una vida digna y la oportunidad de ayudar a la familia que está resistiendo es realmente traumático cada día que pasa.
Y es entonces, cuando con el paso de los años vamos viendo a migrantes venezolanos distintos. Física y mentalmente diferentes. Nunca son los mismos para quienes permanecemos aquí.
- Los Superman: quienes se fueron a hacer lo que sea para sobrevivir. En Venezuela generalmente eran hermanas o hermanos mayores, tíos o tías y hasta abuelas y abuelos. La generación que hoy debe tener entre 40 a 50 años y que se las ve negras porque estaban acostumbrados a mantener con sus profesiones a toda la familia y hasta a 2 mascotas. Estos, en su mayoría ejercían las profesiones mejor pagadas: enfermería, docencia, medicina, derecho, ingeniería, arquitectura y otras más que no recuerdo.
- Los siempre millenials: la generación de los 30 sin límites y esto último es porque siempre han encajado en cualquier rol familiar. Mamá, papá, hijo, hermano, sobrino, tía, primo y lo que sea que signifique cuidar al más pequeño, disfrutar a Caracas de noche como nunca, y tararear tan bien Llamada de emergencia de Daddy Yankee como a Bon Jovi con su It’s my life o cualquier canción de Chino y Nacho juntos o separados. Lo cierto es, que este tipo de migrantes suele tener mucha suerte por su capacidad de adaptarse a todos los ritmos y a las adversidades. Sufren, pero lo hacen más callados y cuando pueden o se sienten muy presionados gritan que volverán cuando todo cambie.
- Los areperos: más apegados a sus familias que una viuda en la sopa. No resisten haberse ido y dejar a su mamá, abuela, tío, mejor amigo de la infancia ni a la vecina que le regalaba el café todas las mañanas cuando salía a estudiar. No se adapta al clima, sufre del estómago, la ropa de invierno le da alergia y no deja de llamar ni una noche a su familia para contarle lo grandioso que le va afuera, inventa que el café con leche es mejor donde está y que aprendió a hacer las arepas igual que la abuela en el budare que le regaló la tía Ana y que él no quería cargar.
Lo cierto es que el sufrimiento es el mismo, no importa la edad, raza, condición social o sexo. La migración forzada es una plaga, un virus que no puede salir del cuerpo, un dolor que no sale del alma tanto para el que se va como para el que se queda.
Apagones que se encendían en la región
Durante los constantes apagones eléctricos y de comunicación donde todo el país quedó paralizado e incomunicado, los venezolanos migrantes hacían lo imposible para saber de sus familiares. Hasta un anuncio por una radio que se escuchaba en momentos de contingencia ofrecía un número de teléfono para enviar mensajes a quienes estaban a oscuras, pero que tal vez podían escuchar la emisora de alguna forma.
Uno de esos mensajes, que yo no pude olvidar porque me recordó a la película que en algún momento fue mi favorita, “La Vida es Bella” fue el de un hombre en Massachusetts que le decía a su madre “aguanta viejita que esto es lo que hablamos la última vez, la luz que saldrá del faro para saber que te peinaré el cabello hasta que te duermas. Sé muy bien que vamos bien”.
Todos estuvimos desesperados, esos días oscuros vivimos momentos en los que solo pensamos que no debimos separarnos, que debimos irnos juntos o que sencillamente debimos quedarnos juntos.
La familia es familia, aunque fastidie, aunque moleste, aunque muchas veces quieras salir corriendo porque a una tía nunca le dirás que te molesta. A un sobrino nunca engañarás diciéndole que lo quieres como a un hijo. Somos distintos aquí o en donde sea cuando tenemos familia.
La familia venezolana es distinta porque es unida, es distinta porque sufre y a la vez celebra, es alegre y es aguerrida, es familia y lo es todo. Ese debe ser siempre el mejor aprendizajes que debemos dejar a las tierras que nos acogen.
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Foto: Somos Diáspora