De nuevo el sendero de nuestros jóvenes venezolanos se ve truncado al no tener más opción que salir de su patria o dejar su vida sus sueños encerrados allí, tras barrotes.
En ese sitio oscuro, frío, con miles de olores que se concentran cuando ya la capacidad del mismo desborda; dormir de pie turnarse para hacerlo en cuclillas, con el paso del tiempo cada segundo, cada minuto su memoria busca y busca una respuesta tras las rejas; sin conseguir la lógica del por qué llego allí.
Sus días de color se tornan grises, así transcurre la vida de un preso político: esperando que ocurra un milagro, donde ya perdió sus derechos. La visita de sus abogados se transforma en el momento real en que verá un rostro diferente que como su única esperanza es su arma de pedir Justicia.
Tantas noches desnudos por requisas, el sacrificio de sus familias para cubrir sus necesidades de ropa, comprando uniformes una y otra vez, tantas otras suspender sus visitas, que como medio de represión practican, pues si fuera poco sus carceleros que salen al culminar sus horarios olvidan que ya el estar privado de libertad es el peor de los castigos para quienes son inocentes, y son quienes vulneran sus derechos. Comer como jamás lo harían ellos revolviendo una comida en una bolsa plástica donde todo es mezclado por quienes lo revisan, con sus manos y un guante de látex que procura mezclar una y otra vez, la comida de estos y si resultara que es de su gusto jamás llega a ese privado, -pues la crisis también toca a estos empleados-, negando el derecho a la alimentación. Sin atención médica, enfrentando escabiosis, tuberculosis, VIH, y pare de contar allí mueren de mengua pues el derecho a la salud y atención médica brilla por su ausencia.
¿Cómo se puede hablar de una administración de Justicia apegada a derecho? ¿cómo se puede hablar de derechos humanos? ¿dónde se extraviaron en nuestra Venezuela? ¿dónde quedaron los derechos humanos? Son las preguntas que laten en esta tierra bendita.
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